Para vivir la Pascua
Cuando en la vigilia pascual,
el sacerdote marque el año en curso sobre el cirio, señale las cinco llagas de
Cristo y lo encienda con el fuego bendecido, entraremos una vez más en el
misterio más hondo de nuestra fe. En nuestro mundo, en el que conviven la vida
y la muerte, Cristo glorioso, muerto y resucitado, centro de la fe, de la vida
y de la liturgia, es la certeza de la victoria de la luz sobre las tinieblas.
Eso es lo que querremos significar cuando la luz del cirio se vaya difundiendo
por la asamblea que celebra y, desde ella, por todas las realidades que
necesitan de resurrección.
Ver para creer
La celebración de la
Resurrección no tendría fuerza si no fuésemos conscientes de la muerte. Sin
“ver” las muertes que nos rodean, no podríamos “creer” de verdad en Cristo
victorioso sobre la muerte y el pecado. Nuestra fe no tendría sentido. Por eso
la Cuaresma, tiempo de preparación personal y comunitaria a la Pascua, nos
permite tomar conciencia de las fuerzas de muerte de nuestra sociedad y de
nuestra vida personal en cuarenta días de mirada atenta y creyente al corazón y
a nuestro alrededor.
Ver los signos de muerte que
hay en nuestro propio interior y en el mundo no es pesimismo, sino un esfuerzo
por mirarlo todo con los ojos de Dios, que está atento al clamor de los que
sufren y a lo que destruye su proyecto de amor y salvación. Él es un Dios que
ante todo quiere nuestra plenitud, la superación del dolor y del pecado, y la
felicidad de todos sus hijos.